viernes, 26 de septiembre de 2008

El acto Onírico

Texto Tomado de el libro Psicomagia, de A. Jodorowsky.


El acto onírico
La interpretación de los sueños ocupa un lugar preponderante en el quehacer del artista-chamán-director teatral-clown místico en la bús­queda de esa otra forma de locura que es la sabiduría.
Sí, aunque la interpretación de los sueños es una práctica tan vieja como el mundo. Con el tiempo, sólo han cambiado las formas de interpretación, desde el sistema simplista que consiste en atribuir sistemáticamente un significado simbólico concreto a tal o cual imagen hasta el concepto de Jung, según el cual no se trata de explicar el sueño, sino de seguir vivién­dolo, mediante el análisis, en estado de vigilia, a fin de ver adonde nos conduce. La etapa siguiente, situada más allá de toda interpretación, consiste en entrar en el sueño lúcido, en el que sabes que estás soñando, conocimiento que te da la po­sibilidad de trabajar sobre el contenido del sueño.
Es la práctica que se ha dado a conocer gracias a Carlos Castane­da...
Él la popularizó, pero no la inventó. En realidad, el primer libro consagrado al sueño lúcido, que yo sepa, se publicó en Francia: Les rêves et les moyens de les diriger, de Hervey de Saint-Denis. Ya en 1867, este autor acertaba en lo esencial de la cuestión, como podrás apreciar en este fragmento que quie­ro leerte:
Ya que un sueño es como un reflejo de la vida real, los hechos que parecen ocurrir en él siguen generalmente, incluso en su incohe­rencia, ciertas leyes cronológicas coherentes con la secuencia normal de todo hecho verdadero. Quiero decir que si, por ejemplo, sueño que me he roto el brazo, me parecerá que lo llevo en cabestrillo o ha­ré uso de él con precaución, o si sueño que se cierran los postigos de una habitación, me parecerá que se ha interceptado la luz y que al­rededor de mí se hace la oscuridad. Por lo tanto, imaginé que, si en sueños hacía el ademán de ponerme la mano sobre los ojos, obten­dría, en primer lugar, una ilusión semejante a lo que me ocurriría verdaderamente estando despierto si hacía el mismo ademán, es de­cir, que haría desaparecer las imágenes de los objetos que me pare­cía ver delante de mí. Luego me pregunté si, después de producir es­ta interrupción de la visión, no podría mi imaginación evocar más fácilmente los nuevos objetos en los que yo tratara de fijar el pensa­miento. La experiencia demostró que el razonamiento era correcto. La colocación, en el sueño, de una mano delante de mis ojos borró en ese momento la visión de un campo que antes había tratado inú­tilmente de cambiar sólo mediante la fuerza de la imaginación. Es­tuve sin ver nada durante un instante, exactamente como me habría ocurrido en la vida real. Hice entonces un nuevo llamamiento enér­gico al recuerdo de la famosa irrupción de los monstruos y, como por arte de magia, este recuerdo, nítidamente colocado ahora en el foco de mi pensamiento, se dibujó de pronto claro, brillante, tumul­tuoso, sin que, antes de despertarme, tuviera yo percepción de la manera en que se había operado la transición... Si conseguimos es­tablecer de modo terminante que la voluntad puede conservar, du­rante el sueño, la fuerza suficiente para dirigir la trayectoria de la mente a través del mundo de las ilusiones y las reminiscencias (como durante el día dirige al cuerpo a través de los acontecimientos del mundo real), podremos deducir que cierto hábito de ejercer esta fa­cultad, unido al de tomar conocimiento, en sueños, de su verdadero estado, llevarán poco a poco, al que persista en el esfuerzo, a resultados concluyentes. No sólo reconocerá, en primer lugar, la acción de su voluntad consciente en la dirección de los sueños lúcidos y tranquilos, sino que pronto descubrirá la influencia de esta misma voluntad en los sueños incoherentes y apasionados. Los sueños inco­herentes se coordinarán notablemente bajo esta influencia; y en los sueños apasionados, llenos de deseos tumultuosos o pensamientos dolorosos, el resultado de este conocimiento y esta libertad de espí­ritu adquiridos será la facultad de ahuyentar las imágenes desagradables y favorecer las ilusiones felices. El temor a las visiones desa­gradables disminuirá en la medida en que se aprecie su iniquidad, y el deseo de ver aparecer imágenes gratas será más activo al recono­cer la capacidad de evocarlas; el deseo será pronto más fuerte que el temor y, puesto que la idea dominante es la que hace aparecer las imágenes, el sueño agradable será el que prevalezca. Tal es, al me­nos, la manera en que me explico, teóricamente, un fenómeno ex­perimentado por mí de forma constante.
Apasionante, ¿verdad? No sé si Castaneda se inspiraría en este libro, o sus descubrimientos coinciden con los del autor casualmente. Lo cierto es que este texto de finales del siglo XIX muestra con claridad el método que luego explicaría Carlos. Fue André Bretón quien me recomendó su lectura.